Del chicle a la goma de mascar

Los niños se sienten atraídos por las gigantes y coloridas bolas de goma de mascar. Mientras que los adultos las consumen por múltiples razones: liberar la ansiedad, calmar los nervios, matar el hambre o simplemente por gusto.

Poco a poco esta golosina comenzó a volverse popular y los fabricantes comenzaron a añadirle azúcar. Sin embargo, en los años cincuenta se sustituyó por aditivos, tal como ciertos polímeros, saborizantes, colorantes, entre otros. Estas modificaciones hicieron que el chicle se empezará a denominar como goma de mascar.

¿Cómo pasó de ser chicle a goma de mascar?

El chicozapote (Manilkara zapota) es un árbol endémico de México, del cual proviene el chicle. El chicle, del náhuatl chictli que significa la leche del chicozapote, fue descubierta por los mayas, quienes comenzaron a mascarlo debido a su dulzura y su atractivo aroma.

En 1860, durante un viaje a Nueva York, el político Antonio López de Santa Anna lo presentó a Thomas Adams, inventor estadounidense. Éste buscaba un nuevo material para sus neumáticos y así reducir costos. Desafortunadamente, la resina de este árbol resultó ser muy suave y no funcionó para dicho proyecto.

Adams poco después se percató de la afición de Santa Anna por masticarlo constantemente. Dicha razón lo llevó a comercializarla, obteniendo la patente de goma de mascar en 1869. Seis años después, en 1875, el inventor decidió mezclar esta golosina con jarabes y regaliz, que le otorgaron mayor sabor.

Actualmente se le conoce como chicle a cualquier golosina que se mastica y no se traga. Sin embargo, el nombre es incorrecto, pues solo las gomas artificiales se pueden denominar como goma de mascar. Chicle es el nombre de la resina que pasa por una cocción y se vuelve elástica.

El proceso de producción del chicle

La temporada de recolección, de la resina que será chicle, va desde finales de julio a mediados de febrero, cuando los árboles poseen mayor resina. Para obtenerla, los chicleros recorren diferentes zonas en búsqueda de árboles robustos.

Después, colocan una bolsa en la base del tronco, escalan hasta la cima, tallan la corteza del árbol y forman unos canales para que la resina escurra dentro de la bolsa. Una vez obtenido, el árbol trabajado se debe dejar descansar durante siete años, en lo que “cicatrizan” los surcos donde cayó la resina.

Los chicleros realizan esta rutina durante toda una semana, y al finalizar, cuelan la resina para eliminar cualquier residuo. Más tarde, el resultante se hierve durante tres horas para obtener una pasta elástica. Posteriormente, esta pasta se enfría con movimientos suaves utilizando un palo de madera. Por último, los productores de chicles forman grandes bloques, que se envían o exportan a las fábricas.

La goma de mascar no es chicle

El chicle que consumimos hoy día se denomina como goma de mascar, pues está constituido de una goma base. La mayoría de las marcas usan casi siempre un polímero, un plástico neutro, llamado acetato polivinílico. Asimismo, algunas gomas tienen un poco más de la mitad del peso en azúcar o glucosa, y el resto consiste en una mezcla de ablandadores, colorantes, saborizantes, humectantes o edulcorantes. En la década pasada, hubo un boom en cuanto al consumo de productos orgánicos, justo donde el chicle también formó parte. Algunas marcas retomaron la tradición maya de utilizar la resina del chicozapote en lugar de las gomas con aditivos alimentarios. Convirtiendo el chicle en un alternativa ecológica, pues logra degradarse más fácil que la goma de mascar.

Así que no pierdas la oportunidad de consumir un chicle de vez en cuando, y de recordar incluso tu niñez con una gran bomba de sabor.

Por Gaby Vázquez

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