La crujiente tradición de los churreros

Largas tiras de masa de harina, cocinadas en aceite y espolvoreadas con azúcar, adornan canastas de madera cubiertas con papel estraza. Sobre bicicletas o en pequeñas mesas se venden los churros, un postre cuyo origen todavía es discutido.

En cualquier caso, la polémica de su procedencia no importa cuando este alimento crujiente en forma de lazo transita de la taza de chocolate caliente a tu boca.

El secreto para hacer buenos churros está en la masa y en la técnica para freírlos, aseguran los expertos. Quienes se especializan en la elaboración de esta fritura utilizan una churrera, donde es depositada la masa y que, mediante un émbolo, se presiona para que ésta salga por la boquilla cayendo directamente al cazo con aceite hirviendo. Sin embargo, quienes no cuentan con este instrumento, utilizan un sartén redondo, amplio y poco profundo.

Uno de los puntos clave para su preparación consta de precocer la harina y añadirle un toque de sal; ésta no debe alterar el sabor del alimento, pero tiende modificar las propiedades de la masa, misma que debe quedar firme del exterior y elástica en el interior, antes de freírse.

Además, el aceite donde se van a freír los churros debe ser de buena calidad y no debe reutilizarse más de 2 veces, sólo así se puede mantener una temperatura alta que dé el color dorado de este bocadillo: la misión de los churreros es evitar que el aceite y los churros se quemen.

Gabriel Hernández, de 40 años, lleva más de la mitad de su vida haciendo churros, y fue su mamá quien le enseñó a prepararlos.

 

“Cuando yo era chico mi abuela vendía churros; ella le enseñó a mi mamá y le regaló una churrera, misma que yo utilizo. La máquina está vieja, pero todavía sirve bien. Mi esposa y yo hacemos los churros todas las mañanas para que se vendan frescos y crujientes a nuestros clientes”

 

Nos cuenta también que:

 

“Hacemos cincuenta churros en aproximadamente dos horas. Primero preparamos la masa y la dejamos reposar; después la ponemos en la churrera y le damos vueltas para que vayan cayendo los churros al aceite. Los movemos poquito mientras se fríen y conforme van saliendo los pasamos a una charola con azúcar. Después los metemos en las bolsitas de papel de estraza y los acomodamos en la canasta para salir a vender”

 

Gabriel acostumbra vender en la esquina de avenida Eugenia y Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. Él asegura que en ese lugar ya tiene sus clientes, y que le va mejor que en el Centro Histórico, pues hay menos competencia.

 

“Todos tenemos nuestra propia técnica para preparar churros. Algunos hasta los hacen rellenos, pero yo prefiero irme a la técnica tradicional: la que me enseñó mi mamá”

 

Pese a que cada churrero prepara esta fritura con su propio estilo, el objetivo de todos ellos es único: cocinar un churro crujiente por fuera y esponjoso por dentro; capaz de romperse al doblarse; de color dorado y sabor excepcional.

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