Un silbido de sabor

Un dulce silbido que sube de intensidad y toma por sorpresa a cualquier turista, recorre las calles y avenidas de la Ciudad de México: el protagonista es un horno de leña ambulante que transporta más de media centena de antojitos preparados por un experto.

El oficio que lucha por no extinguirse es aquel de los hombres y mujeres que se dedican a endulzar los paladares de sus comensales con camotes amarillos y plátanos machos cocidos al vapor, aderezados con mermelada de fresa, cajeta, leche condensada o azúcar y canela, a su preferencia.

Para la cocción, los camoteros utilizan un carro de lámina con un tambo metálico lleno con varios litros de agua y un apartado donde se acomoda la leña ardiente. Mientras, el carro compuesto por dos cajones cocina la fruta y los tubérculos que, previamente lavados y pelados, requieren de diferentes tiempos de cocción: el plátano está listo en una hora, y el camote hasta en dos horas, de acuerdo con la temperatura del carrito.

Julián es un camotero que lleva en este oficio más de 15 años, y fue a través de su cuñado como descubrió su pasión.

“Mi cuñado también es camotero. Él llegaba de trabajar a la casa y nos platicaba muchas cosas; al final terminó por convencerme de salir con él algunas noches a vender hasta que me convencí de hacerme de mi propio carro. Eso ya tiene más de 15 años, todavía no nacía mi hija”, contó.

Los carritos de camote funcionan con leña y tienen un tubo vertical que simula una chimenea; por éste se libera el humo que produce la leña y evita que la mercancía se ahúme al interior del “horno”.

“Antes la venta era mayor. La gente conocía este producto y lo identificaba por el silbido que sale de la válvula. Ahora ya no se vende tanto (…) acostumbro a comprar entre 45 y 50 piezas de plátanos y 30 camotes en la Central de Abastos; años antes solía comprar más y acababa de venderlos en una noche”, agregó Julián.

Pese a que las ventas han disminuido, el camotero que se sitúa en avenida Juárez a la altura de Bellas Artes, asegura que es un trabajo que se disfruta pero que requiere de mucha paciencia.

“Mi día empieza desde que voy a surtirme del producto. Luego voy a la casa a lavarlo, cortar los plátanos y preparar la leña y el carro. Empaco mis cosas y me salgo a las calles del centro para acabar enfrente de Bellas Artes. Camino entre cinco y seis horas para terminar el producto”.

La preparación y los precios también han cambiado, afirma.

“Ahorita ya los dejo en 25 pesos porque trato de traer piezas grandes y les echo leche condensada, cajeta o mermelada. Lo que el cliente prefiera, ya es gusto de cada uno”, explicó.

Julián asegura que disfruta su trabajo, pues tiene un sentimiento de libertad cuando camina solo por las calles.

Aquí no hay quién me mande. Yo me muevo a mi ritmo y por mis rutas, que procuro no cambiar porque ya tengo mis clientes. Las noches son más frescas, hay menos gente y menos ruido (…) a veces no falta que ves cosas que no quieres presenciar, pero es parte del oficio”, comentó Julián mientras despachaba el típico antojito dulce.

Los camoteros son un dulce oficio que se resiste a extinguirse. Haz caso a tus sentidos la próxima vez que te encuentres con uno.  

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