El último día de agosto de 1965 Don Camilo Magoni migró a México; un piamontés de espíritu curioso y aventurero que llegó a la Baja para compartir su pasión por el vino en este naciente epicentro vinícola.
Aquí, en otro continente, sus estudios en la escuela de Viticultura y Enología de Alba, en la región central del Nebbiolo, tomaron rumbos que marcarían su legado y el de Bodegas Magoni.
Inspirarse de sus raíces
“En los 49 años que fui enólogo de L.A. Cetto —gracias a la invitación que Angelo Cetto le extendió para incorporarse al equipo técnico de la empresa— pasaron muchas cosas, entre ellas el entendimiento en la zona de la Nebbiolo, una variedad con la que conviví toda la vida y que comencé a trabajar aquí en los años 70 al recibir los viñedos de la familia Ferro.
“Me tocó hacer la selección de campo porque esta uva andaba medio revuelta en el viñedo. La cuidamos, hicimos vino y comenzamos a comercializarlo en 1986”, cuenta Don Camilo sobre una de sus tantas aportaciones al mundo vinícola nacional. Etiqueta que, incluso, ganó el top de medallas en concursos como Vinalies Internacionales.
Admirador de la Nebbiolo
Cuando Magoni comienza a hablar de esta uva se le ilumina esa mirada de aventurero que a sus 83 años brilla más que nunca. “Tiene una calidad, en mi opinión superior, con personalidad espectacular. Resiste años de añejamiento. Hace poco probé una cosecha del 86 y estaba vivo el vino”.
Sobre si es Nebbiolo o no, para él es un discurso que no lleva a nada. “Cuando voy a Italia me encuentro con 7 zonas que tienen un sinónimo para llamarla y nadie cuestiona si es o no, sólo se habla de la zona. Por eso la nuestra es ¡Nebbiolo de Baja!, una vid que refuerza la imagen regional”.
Fundar Bodegas Magoni
Para Don Camilo el incidir en la tierra que lo recibió con los brazos abiertos ha sido fundamental, y tras su paso y retiro de L.A. Cetto vino el siguiente capítulo de su vida, uno más personal llamado Bodegas Magoni.
En 2012 oficializó su proyecto en terrenos con viñedos que poco a poco fue adquiriendo hasta tener 115 hectáreas, 85 produciendo en Valle de Guadalupe y 30 en San Vicente.
“Somos todólogos y lo digo con alegría, actualmente cultivamos 120 tipos de uva, entre lo experimental que comenzamos hace 20 años y lo comercial.
“Tenemos 20 etiquetas más o menos y todos los vinos son diferentes. No hay una sola variedad que tenga la misma personalidad, además el juzgar la personalidad de los vinos le toca a los consumidores y expertos, a nosotros nos toca proponerlos. Insisto, es parte de la diversión de ser viticultor”.
Diversificar el camino
Entre los primeros retoños de Bodegas Magoni está Manaz —nombre del cerro que domina una de sus propiedades—, mezcla de Viognier con una variedad del sur de Italia, la Fiano. A la lista sumó un Cabernet-Sangiovese y Origen 43, pensado para hacer honor a la Sangiovese, la Canaiolo y, por supuesto, la infaltable Nebbiolo que crecen en ese paralelo del centro de su país.
“Como ven, casi todos los vinos lucen una línea de sangre italiana, incluso tenemos una micro producción de vinagre balsámico que empezamos desde los años 90 como ejercicio, hoy hacemos 12 litros al año que vendemos en la bodega junto con aceite de oliva de nuestros olivares que sirven de cercas naturales en las parcelas”.
Experimentar, más que un juego
A su propuesta la enriqueció con la línea Reserva, la línea Tradición y la Experimental, ésta con 70 variedades plantadas que se vinifican cada una por separado y como su nombre lo dice, se experimenta con ellas.
“Hay uvas de Portugal, España, Francia, Alemania, Italia, Grecia y California. Aquí hubo un profesor de Berkeley, Harold Olmo, que en los años 50 se dedicó a hibridar variedades adaptadas de San Joaquin Valley con el enfoque de producir vinos en zonas más calientes que se quedaron un poco en el olvido. La que más se utilizó fue la Ruby Cabernet y conseguí la mayoría, son sorprendentes”. De este ejercicio en el mercado se venden las etiquetas Carnelian, Centurian y pronto anunciará otra con la uva blanca Esmerald Riesling. “También estaremos sacando un espumoso en método charmat”.
Los nuevos caminos
Ese paso adelante Don Camilo también lo lleva a temas sostenibles, pues en la planta de tratamiento de agua de la ciudad de Tijuana investiga y crece un viñedo experimental de Cabernet Sauvignon que se alimenta de dos fuentes: agua salada del mar y agua residual de la ciudad, replicando y analizando lo que sucede en otras partes del mundo con este tipo de reúso hídrico.
“En lo personal hay un objetivo científico que me motivó a empezar esto, quiero hacer una aportación a la región, ya tengo 60 años aquí, algo se tiene que dejar para las siguientes generaciones”, dice Don Camilo. Y un gran ejemplo de este impacto es Karina Hernández, enóloga y mano derecha en la bodega, quien desde el Estado de México fue a la Baja buscando trabajar con él.
“Yo quería trabajar con el ingeniero, llegué a pedir trabajo cuando estaba en L.A. Cetto y me dejó entrar, era asistente de todo y practicante de nada; después me fui a Freixenet donde estuve 9 años y en 2020 regresé con su apoyo y ha sido un proceso fantástico desde lo profesional como en lo personal gracias a su familia, la plantilla y el entorno”, resalta Karina.
Entre risas Don Camilo dice que “ahora es chalan de Karina”, pero la realidad es que sabe que las nuevas generaciones deben tomar las riendas, comenzando por sus hijas que están involucradas en las relaciones públicas, la administración y la hospitalidad de la bodega que abre todos los días al público desde las 11 am.
Camilo Magoni y Karina Hernández
Sin duda Magoni es un referente que hizo historia trayendo entendimiento alrededor de las vides, el terroir y el impacto que esto tiene en el paladar del consumidor mexicano.
Por Wendy Pérez