Siempre llamó mi atención que en Orizaba la gente nombra a este mole “molito verde”. En un principio pensé que era de cariño o en diminutivo, pero ese es su verdadero nombre. Este platillo es muy vasto y de “molito” no tiene nada. Su elaboración es larga y compleja y se prepara sólo para fechas especiales. A pesar de su dificultad la recompensa de cocinarlo es muy grande.
La receta exige que todas las verduras se cuezan por separado, pues cada una tiene un tiempo diferente de cocción; deberá cocerlas en diferentes ollas pequeñas, además de tener otra muy grande para preparar el mole, ya que al final todos los ingredientes se mezclan.
Uno de los atractivos de esta preparación, cuando se elabora regionalmente, es el uso de los productos que se pueden encontrar en los mercados populares de Orizaba, los cuales le otorgan peculiaridades únicas. Mi hermana me llevó un sábado a comprar los ingredientes al mercado Zapata en donde los indígenas y campesinos vendían las calabacitas criollas tiernas que medían entre 2 y 4 centímetros de diámetro como máximo (las cuales, para esta preparación, hay que partir por la mitad o dejarlas enteras); los ejotes crujientes recién cosechados; los chayotes cuya fineza es incomparable (no sin justificación a la gente de Orizaba se les llama chayoteros, pues la producción de chayotes en esa región es de las más importantes del país); los chícharos y los chiles también recién cortados y muy frescos, y la tlanepa, una hierba aromática que crece abundantemente en la región y contiene mucho sabor, que en otras regiones se conoce como hoja santa, acuyo o momo.