Procedo de una ciudad, Bilbao, donde un bollo (el de mantequilla) es la máxima institución de la bollería. No obstante, los semlor ocupan un gran lugar en mi corazón. Son los bollos de cuaresma nórdicos, con sutiles diferencias en cada país.
Se trata de una masa enriquecida con leche, mantequilla y huevo, aromatizada con cardamomo y que, una vez horneada, se rellena con crema de mazapán y nata montada (usa la nata de la mejor calidad que puedas conseguir, fresca a ser posible; nunca en espray).
Nunca olvidaré la primera vez que los probé: primero levantas la tapa, y ese mordisco al capuchón cubierto de azúcar glas e impregnado en nata es sublime. La masa dulce empapa la nata de tal modo que parece que el cardamomo esté en ella y no en la masa (es impresionante cómo queda el cardamomo en las masas dulces, como los bollos del libro). Después, te abres camino a mordiscos hasta el corazón relleno de crema de mazapán. Los semlor son más densos que los bollos españoles; hay que masticarlos y dejar que sus aromas estallen en la boca.
Anders Berlín, el granjero y panadero que me alojó una temporada en Suecia, me enseñó a comer los semlor en tazón, remojados en leche caliente; «ahora ya conoces cómo sabe mi infancia», recuerdo que me dijo. Si dejas un semla en remojo un par de minutos y después atacas con la cuchara la parte inferior, la sensación es increíble: parece casi una torrija tibia de cardamomo, lo que es el contrapunto perfecto para la miga aromática, el corazón de mazapán y la parte superior con nata montada fresca. Uno no puede más que maravillarse ante la sabiduría de estas gente