Durante mi investigación en Zapotitlán, Tláhuac, pregunté a varias señoras: “¿Quién hace mole verde?” Todas dijeron que el de Catalina Cruz Ángeles era el más sabroso. Concerté una cita con ella y amablemente lo preparó para mí. Cuando lo probé, además de gustarme, me recordó al de Michoacán y no podía creer tanta coincidencia. Fue así como descubrí que doña Catalina se casó muy joven y que su suegra, originaria de Michoacán, le enseñó todo lo que ella sabe cocinar. Además del mole verde, en su casa se comen uchepos, corundas y todos los guisos michoacanos. Es curioso que siendo de Hidalgo y habiendo vivido siempre en Tláhuac, la única cocina que sabe hacer es la michoacana, ya que nunca aprendió a preparar nada de las tierras del Distrito Federal.
Le pedí que hiciera mole para seis personas, a lo cual me dijo que sí, pero noté que eran abundantes ingredientes y constantemente le preguntaba: “¿Esto es para seis?”, y ella me respondía que sí. “Pero es mucho”, repliqué. Entonces me dijo: “Mire joven, de este mole se hace mucho aunque sea para seis, porque antiguamente no se podía hacer muy seguido. Todas las hierbas se tenían que moler en metate, no había licuadoras, y así me enseñé a hacerlo. Antes no había tanta manteca y no se podía conseguir tan fácil como ahora, por lo cual hay que ponerle bastante. Usted tiene que hacer siempre de más, porque no sabe si llegará un invitado que no espera. Tiene que sobrar mole para mandar a alguien que no tenga qué comer o para el recalentado de la mañana. Se come con pan y es bien sabroso.”
“Usted vio que yo persigné la olla y los ingredientes antes de empezar a cocinar; esto se hace para que siempre alcance. No debe hacer poco, siempre debe sobrar”, insistió. También dijo que regularmente lo hace más picoso, “para que sepa”. De cualquier manera yo he ajustado la receta a seis porciones generosas y aún así sobra un poco.